Lugares (I): El desván.




      Nadie sabe por qué sus pasos le condujeron hasta allí en una tarde como aquella. Una tarde cualquiera en la que el gris y el azul se alternaban en un cielo que le provocaba una sensación de desasosiego que conocía bien. Le había acompañado desde la infancia, cuando muchos días, sentado en su pupitre de clase, los juegos de luces y sombras le producían unas irresistibles ganas de llorar.
      Era la primera vez que acudía sólo y la estancia parecía suspendida en un pasado más presente que nunca. Nada entre aquellas cuatro paredes poseía utilidad alguna. Sin duda, aquel sería un lugar desconcertante para los amantes del cálculo y la eficiencia, para aquellos capaces de poner precio a los sueños. Ni siquiera la gata blanca que allí habitaba parecía cumplir una función concreta. Cuando le miraba con sus ojos de acertijo sabía que era sólo un invitado a hacerle compañía.
      Se dirigió al tocadiscos y puso uno de aquellos vinilos que con su sonido cavernoso habían tenido la facultad de hacerle sentir mejor que los demás, durante noches de veinticuatro horas en las que les tragaba el humo y la niebla y la risa hacía bailar las mecedoras. Se sentó en el centro de la habitación y la gata acudió a exigir su tributo de caricias. En las paredes aún continuaban colgadas las mismas pinturas que siempre le parecieron un tanto amenazantes, con esos parajes oníricos que jamás imaginó que un día visitaría.
      Permaneció largo tiempo sentado, escuchando la música y contemplando las pinturas. Lió un cigarrillo y se preguntó qué coño hacía allí y dónde habrían ido todos. Pensó en aquellas noches y se sintió extraño de estar sólo, como si el transcurrir del tiempo fuera tan sólo la certeza de que había caminos que tendría que realizar en solitario. Se abandonó a las horas y la noche le sorprendió interrogándose sobre el enigma que encerraban los ojos de la gata. Se hacía tarde, recogió sus cosas, lanzó una última mirada de despedida al felino que ahora le observaba desde la ventana y salió a la calle.
      Hacía frío y se sentía extrañamente reconfortado.


Anthony Patch.

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